Una actividad frecuente en nuestra consciencia es la toma de decisiones. El acto de decidir implica siempre afrontar las consecuencias. Por ello, que nuestra vida sea complicada y problemática o fácil y disfrutable depende en gran medida de la precisión y acierto de nuestras decisiones.
Un método sencillo y muy efectivo para mejorar la calidad de nuestra toma de decisiones es saber hacer una pausa. Saber parar. Saber tomarse unos momentos y dejar de reaccionar ante lo que sucede, lo que nos dicen, lo que se nos presenta... En esos momentos de pausa tenemos un espacio mental muy valioso para que nuestra consciencia se expanda.
Así podemos ver qué implicaciones tiene nuestra decisión. No estoy hablando necesariamente de decisiones trascendentales, sino las decisiones que constantemente tomamos en el día a día. Por ejemplo, a veces le decimos lo que no deberíamos a la persona que no toca en el momento incorrecto. ¿Alguien ha tenido esta experiencia? Todo fuera de lugar. Y el motivo es sencillo, no soy consciente de lo que digo, ni del impacto que va a tener. Llevo el piloto automático.
Unos instantes de pausa, antes de dar una respuesta. Captar, sentir, apreciar y prever el impacto que van a tener mis palabras. Todo este proceso toma más tiempo describirlo que practicarlo. Cuando este método se convierte en una práctica natural, nos daremos cuenta de que el número de errores que vamos cometiendo se va reduciendo, y nuestro camino se puede ir allanando.
Saber pausar, saber reducir la velocidad de los pensamientos, saber serenar la mente... incluso unos momentos. Esto funciona como oxígeno para la mente. Después, todo es diferente, nuestra percepción se expande y tenemos muchos más elementos sobre los que basar nuestra decisión.
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